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Cuando el autobús cerró sus puertas el humo ya se había incrustado en el ambiente y el olor a castañas embriagaba a los pasajeros. Me gustó recorrer la larga 24 de agosto acompañada de ese olor, observando de paso al señor con boina que se levantaba con prisa en la parada anterior a la suya y se tambaleaba inseguro agarrado a la barra el resto del trayecto. Al bajarse del autobús, el olor a otoño se fue a su lado.
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El día 15 de cada mes me gusta. El 14 tengo que pagar la mensualidad del móvil. El 16 tengo que hacerle una transferencia a mi casero. El 15, nada. Nunca me transmite nada hasta que miro el calendario y veo un 15. Fue el punto de partido. Por tanto, conlleva reflexiones. Cada 15 es un vistazo a lo vivido, un inspirar de nuevo el aire ya exhalado. Fue el punto de partida. Será el trazo perpendicular que cierre la historia.
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Vi la ciudad a lo lejos, desde un embarcadero lleno de peces y olor a gasolina. Empezaba a anochecer y la diferencia de tonos en el cielo era más que notable. A la izquierda, ya rosa; a la derecha, azul celeste. Gaia era la pasarela de los enamorados esa tarde. El buen tiempo alegraba corazones y unía manos, y frente a las bodegas, entre alguna que otra capa, el amor, o una ilusión de él, paseaba a ritmo lento, hasta ver anochecer.
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«Cuando alguien señala al cielo, el tonto mira al dedo.»
Yo siempre miro al cielo.
He pisado cuatro mierdas de perro desde que comencé el erasmus en Oporto.
Esta navidad me toca la lotería.
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Son muchos los acentos, las palabras mal pronunciadas, los intentos. Incontables las miradas a los letreros de la rúas, los planos que el GPS me ha proporcionado y los autobuses confundidos. Preguntar tres veces ¿qué? en el supermercado, pagar de más por meterme en un bar que desconocía, o llegar tarde a clase porque no controlo los horarios del metro. Es la confusión de los primeros días, querer hacer mis planes y no saber si harás alguno, y conocer, conocer y conocer gente. Es un tropezar, no caerse, ponerse firme y pa’lante.